jueves, 14 de febrero de 2008

Hora Lírica


El olor que se percibía era diferente al de los lunes. Ahora se sentía una combinación de olor a adolescentes sudados y tenis con necesidad de ser lavados. Era viernes, la última hora de clase. La falta de concentración hacía imposible que se hiciera con eficiencia la clase de biología de cuarto de bachillerato.

Brunilda, una maestra completa, de formación radical, de aspecto duro, infundía temor a sus alumnos; esas características no le eran compatibles con lo apoyadora y comprensiva que era con sus hijos, los que formaban parte del alumnado de aquel colegio, aunque en otros niveles.

Les impartía aquella materia de biología con la maestría que daba estarlo haciendo durante seis años. Originalmente llegó al colegio por ser la esposa de un pastor de la iglesia. Su especialidad, en realidad, era en literatura; esa materia aún la impartía en el segundo grado de secundaria de dicho centro.

Su rigidez la impuso desde el principio de año para obtener la disciplina; pero las condiciones eran difíciles. El sopor y el calor torturaban, ayudados por la transpiración de la mayoría de los varones, quienes por lo regular querían ser o eran basquetbolistas del equipo del colegio.

Se le ocurrió un día cambiar la última hora del viernes para hacer hora lírica. Consciente de los resultados y la falta de concentración de sus alumnos, no hubo en la historia del colegio mejor idea. No se comparan ni con brillar en la azotea, como le decían los alumnos; tampoco con escaparse, ni con irse de gira al zoológico ni con tocar un hora antes, como se había hecho ocasionalmente para irse a sus casas.

Algunas veces las guaguas amarillas que llevaban los estudiantes a la zona norte tenían que tocar bocinas con insistencia para completar los alumnos, pues la hora lírica se había convertido en todo un acontecimiento.

Los muchachos se pasaban la semana esperando la hora lírica de la clase de biología; fue algo que adquirió fama en el colegio y le dio popularidad a la profesora Brunilda.

Se recitaba, se componían versos. De allí nacieron las inspiraciones de Oreste Natera y de Alberto Casado. Ellos cultivaron la declamación como fuerte; en sus exposiciones fortalecieron la novela y el cuento.

"La niña que murió de amor", que José Martí compuso con desvelo, aquí rompió el récord al ser tomado como pieza para recitarlo.

Jorgito era alumno de aquella clase, pero no era visto con buenos ojos por Brunilda. Todo había sido porque era el testigo favorito de los encuentros amorosos entre los adolescentes Miguel Holguín y Maggy, la más bella de las hijas de Brunilda. Un día, al llegar a clases, antes de entrar a la puerta, había escuchado un comentario con el nombre de ésta. Pero lo ignoró. Lo que nunca pudo pasar por alto fue la risa burlona de Jorgito, quien con la multiplicación de la rigidez de la profesora, pagó durante el año escolar el pecado de él y el de Miguel al mismo tiempo. Se premiaba con primero, segundo y tercer lugar, a juicio de la profesora, las inspiraciones líricas de los alumnos.

Alberto Casado y Luis Beltré siempre estaban entre los ganadores. Mercedes Sigarán, sobresaliente, tenía una estatura fuera de lo normal, y una corpulencia que no le iba con la hermosura de sus poesías.

El Indio Duarte, un costumbrista declamador de aquella época, tal vez por primera vez, sin saberlo, había encontrado sus competidores. Todos alguna vez entraron en la combinación de los premios. Menos Jorgito. El no era poeta ni declamaba bien; no tenía la disciplina suficiente para cuando se trataba sólo composiciones. Pero tal vez sólo por su corazón de adolescente enamorado era difícil que alguna vez no consiguiera aunque sea una mención honorífica. Además, disfrutaba de la hora lírica con desvelo y siempre trataba de competir.

Era evidente, estaba pagando el precio de aquella risa juguetona y pavona con que lo sorprendió Brunilda.

En más de cuarenta horas líricas había tenido alguna participación buena; una vez fue de poesía y se apareció con una hermosísima acerca de la tierra, que era el tema elegido. Cuando todos esperaban que lo sacaran como ganador, no apareció en ninguna de las premiaciones; él mismo la recitó y lo hizo magistralmente. Pero Brunilda ni la oyó.

Admirados por la gracia de Dios,
Dos ángeles conversaban
y con palabras expresaban
todo lo divino de su creador.

Y así llevan sus ojos
a la obra más grande del Señor
que arrebatada por un traidor
remacha su gran esplendor.

Nunca más otro espíritu
podrá hacer obra tal
que aunque ya manchada está
resalta su porte divino.

Y un día liberada estará
de los ojos de aquel envidioso
dotado de malos poderes
que pronto entre llamas estará.

- A quién os referís?
Pregunta un testigo ocular

A quien más que a la tierra
dotada de partes divinas
con puntos manchados que
un día el Diablo tendrá que quitar.

Por la belleza con que la recibió, la claridad de sus expresiones y la gracia con que expuso, los aplausos fueron completos.

Alberto Casado, que lo dirigía, expresó de forma calurosa su aprobación. Miguel Holguín, que sabía que Jorgito pagaba también su culpa, lo secundó; pero no valió nada. Nada pudo evitarlo. Jorgito fue descalificado.

Otra composición que él había prestado a un compañero quedó en segundo lugar. Pero él no consiguió nunca el merecido premio. Y después de múltiples oportunidades, perdió el interés y se concentró en hacerle una competencia en el fondo del curso a su adorada profesora.

El y Gelo Holguín hacían composiciones vulgares que no podían presentar; luego se las contaban o se las recitaban en algún descuido de la rígida profesora. Allí, en aquellas peñas de competencias, se deformaban canciones. Jingles famosos de televisión se cambiaban de manera burlona.

"Ahí va Tina, a la cocina, a que le da un caldo.
-Oye Tina! Cual es el secreto para tu sazón?
Ahí va Tina cuero de cortina. A que le metan un ...
A Danny Rivera se le parodiaban sus canciones:
"En un cuarto dos amantes, conversaban de su amor, y entre sus caras de llanto detenían el reloj. Cuanto siento marcharme, tenemos que despertar, pues tú sabes que me esperan en casa, mañana te llamaré..."

Las parodias rompían los límites de la vulgaridad, pero evidenciaron talento aunque mal empleado, la famosa canción de Danny se parodiaba:

En un cuarto dos amantes
conversaban de su amor...
Esas estrofas se cambiaron por:
En un cuarto dos amantes
daban lengua sin cesar.........
............................................

El comportamiento de aquellos adolescentes tenía la justificación para sus travesuras. La profesora que debía haber sido justa ya no lo era; la fuerte se había convertido en la obstinada, actuaba por una bellaquería de la que tal vez la más culpable era su propia hija.

Allí nacieron, en esas horas líricas, muchas inquietudes, que darían fruto en la formación de aquellos muchachos; pero la obstinación de Brunilda no pudo frustrar las cualidades de los dos. O tal vez las de Jorgito, pues Gelo Holguín nunca quiso competir. No le interesba o quizás intuía que no valía la pena; se quedaron en las mascotas poesías que para un adolescente de dieciséis años eran buenas. Jorgito era un enamorado de las bellezas de la tierra y lo plasmó en su mascota.

Tierra Santa, tierra hermosa
bella flor del universo
para ti yo escribía en verso
y con lindas melodías l
o que quiero que algún día
pronto pueda suceder.

Desde el cielo una esperanza
brota siempre sin cesar
esperando que algún día
la paz al mundo pueda llegar.

Hay quienes dicen
somos haitianos, latinos o japoneses.
Lo mejor sería decir
que todos somos terrestres.

De allí salieron bellas melodías de canciones que también se quedaron en la mascota:

"Quiero hablar de un amor
que con el tiempo se ha dormido
pero que nunca de mis brazos he perdido,
hoy ha crecido mucho más,
como nunca he vuelto a amar.
He vuelto a amar
han revivido mis sentidos,
mucho amor".

Se guardaron lindas poesías como "El anillo de corozo", tierna figura de un afanoso bachiller. También "A mi madre querida, en un día de las madres", o "A ti me debo"; todas constituyeron una colección de buenas cosas que quedaron sólo en el deseo tronchado de un soñador enamorado.

No lo entendía. El no tenía la culpa de aquello. Incluso, Gelo Holguín ya visitaba la casa y sus amores tal vez hasta se consentían, sin embargo, aquella risa burlona de Jorgito que resonaba como tambores en tiempo de palos, como campanas en una misa matinal de un domingo rural, la mente de Brunilda no pudo perdonarla, y lo que era peor, en su mente aun persistía la idea de que venganza debía ser peor. Actuaba, además, motivada por las constantes competencia de la parte atrás del curso, que ya eran de conocimiento de todos los alumnos y que molestaban con insistencia a la adorable profesora.

Llegó el final del curso de biología y las notas se hicieron sentir. La nota de Jorgito no pasó de ser el mínimo para liberar el curso, pero que de ninguna manera correspondía al esfuerzo que por conocimiento de causa había emprendido. Jorgito era desaplicado pero inteligente; al ginal de las jornadas siempre se concentraba para estar entre los mejores en todas las materias.

La idea de una competencia final en la hora lírica fue compartida por todos. El examen final, que no competía para notas en la clase de biología, se llevaría dando unos temas y una semana para completarlo. Los temas fueron variados, lo podían expresar en un cuento, en un ensayo, en una pequeña novela en prosa o en versos. Pero debía tener un mínimo de cinco páginas y un máximo de veinte. en el caso de novelas se podía extender hasta treinta.

La competencia fue tremenda, los mejores recibirían premios que se anunciarían luego. Todos se concentraron en exponer de la mejor manera posible. Jorgito lo tomó poco en serio, entendía que su suerte estaba echada. Partía de que si en cuarenta y cinco horas líricas no había podido convencer a Brunilda de sus cualidades, no lo haría en esta ocasión. Llenó la formalidad y escribió una pequeña fábula de unas cinco páginas, cumpliendo así con el mínimo requerido, y que no se tendría en cuenta para exámenes. De todas maneras, sólo por cumplido, entregó el trabajo en la misma forma que la escribió; se trataba del idilio entre un águila y una ardilla, absurdo de todo sentido y Jorgito lo sabía. Es totalmente imposible que un roedor y un volador, y más el águila que es monógama, puedan aparearse como una sola pareja. Y en este caso, peor, pues el águila le era infiel con una ardilla.

No corrigió ni la ortografía ni la caligrafía, ambas eran deficientes, porque, aunque tenía una letra muy bonita, cuando escribía en letra de cajón muchas veces era un poco ilegible.

Todos entregaron y Brunilda se los llevó a su hogar. Tenía una semana para corregir. Por los rumores que habían, la competencia era fuerte y de seguro los finalistas estarían entre Luis Beltré, Alberto Casado, Mercedes Sigarán y Florila. Todos habían seleccionado el cuento para su exposición. El de Alberto era la historia de un maquinista de trenes de una zona cañera, el de Luis Beltré fue la historia de viaje al exterior. Sigarán se fue con la historia de una fan de Elvis Presley, y Florila con una cultivadora de orquídeas. Llegó el día final y Brunilda empezó de atrás hacia delante a entregar los trabajos, para que los tres finalistas leyeran delante de sus compañeros los trabajos y en ese orden entregar el ganador. Se fueron sucediendo uno a uno hasta quedar solo tres: Jorgito, Alberto Casado y Luis Beltré.

El asombro fue total, pues nadie esperaba esa sorpresa. Jorgito entre los primeros! El mismo estaba preocupado porque conocía su trabajo y, aunque el tema era bueno, una fábula, además de no ser una historia común, la desarrollaba en el deseo del águila para que su amada volara, incluyendo un trágico final de Romeo y Julieta con animales de protagonistas. Brunilda llamá a Luis Beltré a leer su trabajo, dijo que el orden no tenía que ver con el resultado. Que lo haría por orden alfabético; un trabajo hermoso fue lo que leyó. Era un historia de amor llena de pasión y con un mensaje final, que junto a la magistral forma en que lo expuso no dejó de sacar lágrimas hasta de Mercedes Sigarán, que había ya asegurado un cuarto lugar.

Luego vino Alberto Casado y narró el cuento del maquinista de la zona cañera; era costumbrista y tenía la belleza de que lo había narrado entre prosa y verso, con la facilidad que sólo Alberto manejaba. Concluía con un Guantanamera de dos voces que el maquinista, conjuntamente con un coro de cañas, cantaba y musicalizaba con y el repique de las bocinas de aquella máquina cañera.

Y llegó el turno esperado, el de Jorgito, se creía que era una forma de Brunilda pedirle excusas por su obstinada posición. Pero Jorgito se paró delante de sus compañeros y leyó el título "Vuela alto amada ardilla", género fábula y desde que intentó tratar de empezar a leer, tartamudeó. No pudo arrancar, trató de recordar lo que había escrito, pero su mente se nubló. La confusión de las letras que leía no le permitían arrancar y entonces se escuchó la voz de Brunilda que le dijo:

-Si ni siquiera usted puede leerla, cómo quiere que yo lo haga?
Y con la última palara saltó una risa parecida a la que ella tenía grabada en su mente. Entonces fue que cobró por completo, con aquella estocada, su venganza final.

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