jueves, 14 de febrero de 2008

Los Gritos de Mimosa




Miro aquel cuerpo que yacía sin vida y conservaba aun los atributos de lo que fue una hermosa mujer. Sus pechos descolgados eran diferentes a los que, en su recuerdo, el solo pudo tocar un día; sus muslos no estaban tan tensos y dorados como cuando los observo hacia más de veinticinco años.


Todos los de su generación habían pasado por allí, recomendados por sus padres, para el transito final de adolescentes a hombres. Todos habian contado sus aventuras con el sabor de la irrealidad, como lo soñaron. Recordó cuando su padre se acerco a su cama, al acostarse, tres días antes de la cita, le coloco la mano sobre su hombro y luego de palmotearlo dos veces le comunico la frase que no le permitió más conciliar el sueño: “por fin vas a estar con una mujer”.


Recuerdo que cambio la realidad por una ilusión. Tiene aun viva la escena de la entrada triunfal a la habitación del deseo: una cama, un abanico, una polvera, dos toallas, un espejo y una ponchera. No pude olvidar ni un solo detalle de aquel escenario lujurioso, pero lo que realmente le hubiese sido imposible olvidar eran los suspiros de mimosa.Tendida en la cama, desnuda, gemía desde el momento mismo de la entrada del iniciado. El gemido permaneció durante los seis metros de camino hacia la cama; era un suspiro entero, continuo, era un quejido profundo, como si la estuviera acariciando desde antes de su entrada.


-¡Ven. Tu eres lo más lindo!


era parte de la expresiones que acompañaban los gritos y suspiros. Otros más excitantes le continuaban a la elegancia y la belleza con que la joven la observaba. Escuchaba la representación continua de esa voz angelical de Mimosa; eso hacia que el adolescente, al desvestirse, pareciera romperse en si mismo, con una mirada incrédula y una excitación que no podía ser mayor.


Las piernas de mimosa estaban abiertas con la rigidez de una diosa del Olimpo. sus muslos, de color oro, tenían brillo que da la tensión de su piel. El olor del mejor perfume merodeaba una cabellera que cubría completamente la almohada blanca y, en el centro del objeto del deseo, con la provocación del paraíso y sus ojos color miel sin mirada fija, tenían los labios humedecidos constantemente por su lengua. Pero lo fundamental era la continuación del quejido, lo que llenaba de ansiedad al joven amante.Mimosa era una especialista en principiantes.


-¡ Ven, mi cielo, que aquí esta tu reina!.


Esas frases nunca habían sido escuchadas por un iniciado. Y el, en el supremo instante, listo para la acción, estaba elevado en cuerpo y espíritu a la más alta expresión. A tal punto que había llegado que no pudo colocar bien su emoción en el centro del huracán, cuando lo sorprendió el éxtasis mayor. Con tres sacudidas derramo todo su esperma en el dorado vientre de mimosa.Recordó como se avergonzó delante de ella, quien se levanto de la cama, limpio su cuerpo, paso la mano por su cabeza y con ternura de una amiga le dijo:-


-Eso no es nada, mi rey. Además, solo lo sabemos tu y yo. Cámbiate y cuéntale a tu padre la hermosa velada que hemos disfrutado.


Recordó como se cambio apresuradamente y como organizo su mente, después del amoroso consejo, para pasar veinticinco años mintiendo.Por allí también habían empezado a desfilar los hijos nuestros, para completar dos generaciones escuchando los gritos de Mimosa.


Ahora ella estaba en su ultima cita con el medico del pueblo. El medico la tenia impregnada en su recuerdo, no solo de su primera ocasión, sino de muchas otras, como cuando su padre lo recrimino, dos meses después de aquella cita, haberse sentado junto a ella en el butacón para seis personas. Eso no debería hacerlo, por que la sociedad de aquel pequeño pueblo lo dejaba para ella sola, el ultimo domingo de cada mes , cuando asistía a misa.


Como medico forense participo en el experticio ordenado por las autoridades para distraer el deseo propio de terminar su vida. El morbo local hasta invento historias de sus ultimas horas. Casi ningunas, por cierto, eran coincidentes. La habitación, que el no había olvidado nunca, no era la misma, estaba llena de alfombras, de libros y cuadros de una persona culta. Arriba de la mesita contigua a la cama estaban las ultimas cartas que había leído, aun cuando las fechas indicaban que hacia mucho que la había escrito. Estaba la carta al hijo que nunca tubo, a la madre que la vendió, a la sociedad que la recrimino y muchas más. En la otra mesita estaba la ultima que escribió, justo antes de morir; esa no apareció en la pruebas que las autoridades de aquel pequeño pueblo presentaron, por que la habían guardado.


Dos hora después termino la autopsia. El que había sido un hermoso cuerpo, además de abatido por los años, estaba destruido por la cirugía.


La necropsia decía: muerte por intoxicación. No había sido violada y, lo que era más extraordinario, estaba escrito allí, nunca tuvo penetración.