jueves, 14 de febrero de 2008

Pasión descarnada


Puso las manos en aquel vientre que parecía tallado por un ser superior; el color ámbar, de tonalidades perfectamente combinadas, le proporcionaba una sensación que no había experimentado nunca. El toque del vello en su más íntimo lugar le hizo quitar su vista para ir a parar a los pechos más perfectos que como hombre y como médico había visto en su vida. Lo cónico de su forma, el bronceado de su entrono, las marcas de un traje de baño con la perfecta delinecación, como si el sol se hubiese convertido en pintor, la perfección de su terminación y el rosado de sus turgentes pezones le proporcionó la braza mental que no le permitió disimular su mirada. Era un mujer perfecta.

- Qué le pasará? - pensó.

Nunca en sus veintidos años de galeno, especialista en mujeres, le había sucedido. Su profesión la llevaba como un sacerdote, pero el día de hoy no había sido así. El levantamiento del velo impenetrable que por tanto tiempo había protegido su ética y que era el apoyo a su moral, lo empezó a sentir desde que inició el cuestionario de la primera visita. El ritual se convertía en un placer reconfortante. Veinticinco años, soltera; no preguntó su profesión, pero se la imaginaba, debía ser de la rama ejecutiva. Unos espejuelos de marca promocionada cubrían sus dos hermosos ojos dorados, con una copiosa cejas y unas voluminosas pestañas que no necesitaban ni delineadores ni nada para expresar una belleza singular. Sólo el color claro de su pelo mayor le indicaba que en el nacimiento había algo artifical; pero le quedaba bien. Su nariz era afilada, sus labios carnosos, rosados y sin pintura.

Antes de desvestirse dejó un celular en el escritorio y una novela de García Márquez, señales claras, a su parecer, de su fina cultura.

Se sobrepuso. Su nerviosismo ya no era tan notorio. Chequeó las mamas, el vientre, los generales de su corazón y la invitó a pararse. Se puso la bata, ella misma se subió a la balanza para pesarse; el entre abierto de la bata le dejaba ver sus bellas formas. En la escena visual posterior, resaltaba la geografía de su cuerpo, las protuberantes laderas que deslumbraban; en ese momento se saboreó sus labios de codicia. Pero recapacitó al instante.

-Lo olvidarée, completaré el formulario ahora, ciento doce libras, algo menos de lo que aparentaba, con sus cinco pies y seis pulgadas era el peso ideal; no sólo fue ese detalle el que olvidó, muchas otras interrogantes quedaron vacías, no actubaba de manera normal.

Disimuló su excitación colocándose las manos entrelazadas delante de su bragueta. Era algo que le daba una verguenza enorme.

-Que pasará? - pensó. Yo soy un médico.

Volció a su escritorio. Ya estaba vestida. Con una pequeña escultura de un corazón que adornaba su escritorio, cubrió la foto de su familia. Algunas veces, ya lo hacía de manera mecánica, actuaba el hombre y otras veces el médico. En el fondo, eso no le preocupaba.

-Está todo bien. - le dijo.

- Y esos análisis, para qué me los indica entonces? - interrogó ella con inquietud.

-Son para completar la información necesaria. Eres virgen? - le preguntó, para descartar uno de los exámenes.

No se había atrevido a preguntárselo antes debido a su problema de excitación que no entendía.

Ella, como única respuesta frunció su ceño.

El entendió y continuó el cuestionario.

- Tienes compañero fijo?

Ella tampoco respondió.

El no insistió, lo tomó como una timidez más de la bella dama. En realidad necesitaba los datos, aunque sólo para tener referencia de su vida sexual, o talvez por simple curiosidad de una masculinidad interesada.

"Bueno - pensó- algunos exámenes tienen que ver con su conducta sexual".

-Ven cuando tengas los resultados, entonces completaremos el cuestionario - le dijo mientras le pasaba la indicación.

Ella preguntó por sus honorarios y él la remitió a su secretaria.

-Son quiniestos pesos- dijo la joven.

La esbelta joven sacó el monedero de su cartera Versace y pagó sin cuestionar el precio. Luego, de buen humor, deseó las buenas tardes.

Quedaban dos pacientes más. El día estaba lluvioso, eran casi las cinco de la tarde y él quería terminar para que no lo tomara el entaponamiento del tránsito. En pocos minutos completó los otros pacientes, eran sólo cuestión de revisar los exámenes de laboratorio.

Se quitó la bata, se lavó la cara y las manos y se peinó el pelo. Aquel día se había recordado de que era un hombre completo. Sus casi cuarenta años habían quedado atrás con la visita de la hermosa mujer. Pensó pasar por un liquor store, comprar un buen vino y algo de queso en el supermercado y completar una velada de noche lluviosa con su mujer. La melodía que salía del amplificador de su moderno teléfono le dio el toque romántico que necesitaba. "Contigo mujer, como la flor al tiempo / quiero navegar contigo al viento / porque yo soy sólo tuyo...".

-Ednita Nazario. OTI del 74 - dijo después de sonar sus dedos de satisfacción.

La lluvia aceleró y un rayo impactó en algún transformador eléctrico cercano. Bajó las escaleras obviando el ascensor y se dispuso a abrir el paraguas para caminar hacia su carro, a unos ochenta metros de la entrada. Su sorpresa fue grande cuando observó, mojándose bajo la lluvia, a la mujer que había significado tanto esa tarde.

Ella trataba de cambiar un neumático de su carro; tenía la vestimenta totalmente mojada. La blusa empapada, de fina tela, le hacía marcar los pechos movedizos. Los mismos pechos que hacía sólo veinticinco minutos él había tocado. Eso hizo que de inmediato se excitara de nuevo, recordando la acción del consultorio. Esta vez no le dio verguenza, total ya no tenía la bata puesta. Ella lo miró. El intentó ayudarla. Ella le comunicó que después de quitar el neumático dañado, había encontrado la repuesta sin aire. El la invitó a ir en su carro en busca de un gomero cercano.

El camino fue suficiente para que él hiciera una insinuación. Perdió el control, el instinto lo dominaba por completo, no vaciló, ejerció su experiencia y la indujo a lo que sus pensamientos querían. La tomó por las manos, ella respondió, él estacionó el carro, la trajo hacia él, la besó; le desabotonó el vestido y la vió prácticamente desnuda. Observó ahora como hombre aquel monumento, manipuló por completo el sillón reclinable de su moderno auto. Se separó lo más que pudo para apreciarla mejor; lo hizo con el gesto de un artista, que no quiere perder la perspectiva de la combinación de colores. El inconfundible perfume de ella se entrelazó con el de la piel curtida de su confortable nave. Era "full leather" confundido ahora con un excitante olor a sexo.

Tomó la mano de ella y la llevó a donde él había querido hacerlo desde que la vio en la camilla; en tanto, la caminó toda con sus dedods jugetones; sintiendo la tibieza y la textura de su carne, emitió un suspiro, un deseo intenso. Trató de cruzarse hacia el sillón de ella. Pero ésta, con una voz melodiosa, le dijo:

- Aquí no, por favor.

El se incorporó de nuevo al sillón. Tomó posición de conducir y puso en marcha su vehículo, manejando con una mano mientras con la otra llenaba de caricias el deseoso cuerpo de Maritza. Poco tiempo había transcurrido cuando se vio cerrando la puerta de metal que cubría el carro en un motel. La cargó desde el vehículo hasta la cama. Con la mayor excitación lo hizo, tanto como cuando era un jovenzuelo. Su última palabra fue:

-Gracias, esto me hacía falta. Tenía mucho tiempo que en menos de dos horas no lo había hecho tanto y con tanta calidad. Tampoco había tenido tan fructíferas conversaciones entre cada acción.

No sintió remordimiento ni con su mujer ni con su profesión. Ella lo ayudó mucho. Le aseguró que tal vez sin darse cuenta ella lo provocó.

Cuatro veces fue un récord de los últimos diez años. Su éxtasis lo llevó a dormir para despertar dos horas más tarde. Sólo encontró su ropa arreglada sobre la mesa de noche. La bella mujer ya no estaba allí. Su cartera estaba encima de sus pantalones y la pluma de oro que le había regalado su mujer con una nota escrita que decía:

"Sólo tomé mil pesos, son dos veces tus honorarios, yo me los gano con mayor dificultad, pero esta vez lo disfruté como nunca".

Gracias,

Maritza

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