jueves, 14 de febrero de 2008

Generacion Perdida



Fue precisamente en la Plaza Colón, justo delante de la estatua del conquistador, donde Vicente observó la escena que lo haría cambiar por el resto de sus días, a él y a todos sus descendientes.
Un hombre de tez negra y elevada estatura, impecablemente uniformado, perteneciente a la guardia de Lilís, levantó su carabina, la llevó al hombro y disparó. Al instante atravesó la cabeza de un infeliz.
Minutos después le etiquetaron la infamia de traidor al régimen. Lo recogieron junto a un desdichado perro realengo al que le cayó arriba con su marimba de percusión.
Ambos fueron montados en la misma parihuela y dos horas más tarde estaban enterrados juntos en el panteón de los traidores. Así llamaban los adeptos al régimen a una fosa común a la que, en los últimos días, habían ido a parar muchos revolucionarios.
El desdichado mortal pertenecía a la Orquesta Presidencial. Hacía unos minutos el compás de su ritmo entonaba la marcha de salida del dictador que abandonaba el Palacio Presidencial. Iba hacia el muelle de Santo Domingo, donde el Vapor Presidente lo esperaba para iniciar su periplo hacia la parte norte del país.
Uno más de los constantes atentados que en esa fecha apuntaban al dictador había sido frustrado.
Ante la denotación, Vicente abrazó a su mujer embarazada, como un medio de protección. El estruendo fue tan grande que la barriga materna fue pateada con intensidad por el nuevo ser que ambos traerían al mundo. El también lo sintió, porque en ese instante tenía su mano protectora en el vientre de la mujer. Sin hablar, elevó sus pensamientos liberales hacia la más perfecta luz.
"Justo en el umbral de un nuevo siglo y todavía vemos esto", pensó. "Cuanta injusticia!" Cuánta maldad! Maldito negro que ha dado agua de beber a este pueblo! Cuándo saldremos de él?"
"Porque será que tenemos que vivir entre tanta ignominia?", se preguntó a sí mismo. Luego, llevando el pensamiento a su voz, susurró algo a su hijo por nacer. La voz tenía un tono tan bajo que era imperceptible, pero le habló como si la mano del feto fuera un instrumento de comunicación.
"Yo quiero que tú nazcas libre, y si no, que luches para que este país sea independiente de una vez por todas".
La sentenciosa premonición fue ayudada por la providencia, que convirtió en realidad el sueño de Vicente. El lo vivió porque, seis días despueés, ajusticiaron al dictador. Cinco meses más tarde el campanario de la catedral anunciaba un nuevo año. Al sonar de las campanas se unían los fuergos artificiales, estrenado por primera vez en el país; juntos pregonaban un nuevo centenario, el del 1900. La estela de fuego iluminó los alrededores de la Plaza Españs, y a pocos metros del Reloj del Sol, nacía un hermoso negro de 9 libras y media. La madre descubrió que el infante nació con los ojos abiertos, rompiendo la tradición de aquella época en que se nacía con los ojos cerrados.
Cuando a Vicente le comunicaron que su hijo nació con los ojos abiertos, sonrió, miró hacia el cielo y dos copiosas lágrimas salieron de sus ojos. Su hijo había nacido; aires democráticos y modernistas estaban recorriendo el país.
- Redención Señor- dijo en voz alta- este muchacho trae la salvación del mundo. Este jodido país le queda chiquito. Tú lucharás por la humanidad.
Su expresión parecía la continuidad cuando se quedó mirando fijamente a su vástago con la esperanza de que, como hasta este momento, se cumplieran sus deseos para no descartar la lucha de su vástago por su país.
Al que salva lo mucho siempre le queda un pequeño espacio para lo poco. Vicente también pensaba que el nacimiento de su hijo le había traido la libertad a su país, y eso ya era suficiente.
Su mirada mostraba la emoción que fue apreciada por Mireya, su mujer, una negra de una sola generación que aprendió a amar al país al cual entró exiliada, aún en la barriga de su madre, junto a sus padres. Ambos eran oriundos de una pequeña isla del Caribe. Había sido descendientes de esclavos franceses libertos. Allis su padre fue un persona culto e importante, con mucha influencia en el gobierno, hasta que otras fuerzas ocuparon el Estado. Entonces debió irse al destierro.
Mireya fue por años una desconocida en el barrio, porque sus padres le habían impuesto una intensa disciplina de estudios y de recogimiento doméstico.
Los conmilitones de su padre le hacían una vidade exilio rosada. Ella llevaba siempre buenos vestidos y calzados de calidad, sombrero de dama distinguida, siempre blanco, colocado sobre sus entrelazados cabellos con olor y brillo que le hacín un ejemplar bello en su raza.
Los problemas raciales en Santo Domingo eran mínimos. Total, el Jefe de Estado hasta hací unos meses fue un negro presumido, por lo que su raza tomó una inusitada altura social. Y Mireya pertenecía a esa estirpe. Le favorecía, además de su aceptable posición económica, la vasta cultura con que sus padres habían moldeado su formación.
Vicente tenía una personalidad impresionante. Sus cabellos, tempranamente encanecidos por la herencia más que por los años, le daban un toque señorial. Pertenecía a una familia mulata criolla, del mismo sur remoto donde escuchó por primera vez hablar del dictador en sus campañas regionales, a quien tanto aborreció. Con razón le produjo tanta alegría cuando sus enemigos decidieron mandarlo a gobernar a otros mundos.
Ahora esta lleno de regocijo. Fue aquella una bella mañana doblemente grata. Con el pequeño entre los brazos, mirándolo, lo sentenció:
" Serás un ciudadano, tendrás de herencia los libros de tus abuelos para entrenarte. En lo que aprendes francés te los traduciré; después los leerás por ti mismo. Tú naciste con el siglo y ese es el mejor de los augurios. Dichosos aquellos que el Serñor llama a iniciar una nueva Era, como dijo Juan el Bautista. Naces con el siglo y en una época de libertad".
Vicente tenía una envidiable biblioteca, herencia que Mireya tuvo de sus padres. La mayoría de los libros estaban en francés. Ese idioma Mireya lo hablaba como lengua materna y Vicente lo dominaba por pertenecer a una zona muy cercana al vecino Haití. En ese lugar no sólo Vicente, sino todos los lugareños, conocían esta lengua, puesto que la necesitaba para desenvolverse con el comercio, que era bilingue.

Vicente y Mireya se dedicaron a forjar la cultura de su hijo, enmarcada en las posibilidades del hogar. Allí lo colmaron de toda la literatura disponible para hacer de él un hombre de excepción. La costumbre fue continuada por Mireya aun después de la muerte de Vicente. La madre no tuvo desmayo, esta vez sola, en fortalecer la cultura de Vicentico. Era su maestra de consultas. También su fanada compañera de estudios.

-Madre, El Capital de Karl Marx no está en tu biblioteca - observó un díia Vicentico, luego de escuchar que estaba de moda la literatura liberal.

-Karl Marx? Y quién es ese escritor?- preguntó Mireya.

-Es un liberal que ha escrito sobre la lucha de las clases y la entrega del poder político a las mayorías. Marx pregona una revolución que propone en la tierra lo que Dios promete en el cielo. - acotó Vicentico.

- Revolución? Muchacho. Qué palabra es esa? Ya estás tú de soñador como tu padre. A Dios no lo metas en eso. No seas irreverente. - comentó ella.

-Soñador no, mami; soñador fue papá mientras vivió. Yo voy a luchar por la humanidad - dijo Vicentico.

-Lucha por ti, hijo mío, cultívate con cosas razonables. Las utopías son de los ingenuos. Antes de tú nacer hubo un presidente soñador, Ulises Espaillat, y de qué le valió?; duró poco. Sin embargo, Lilís gobernó toda la vida - le aconsejó la madre.

-Y cómo murió? Quién lloró el día de su muerte? Cómo lo recordará la historia? A Lilís nadie jamaás le dará créditos. Será siempre un dictador despreciable. Espaillat vivirá en el futuro; existirá alguien que retome su discurso o el de Duarte, que también fue un soñador. "Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libre"' esto no es soñar, esto es conocer la verdad para ser libres, como dijo Duarte - comentó el joven.

-La historia es el pasado, mi amor, se come y se vive con el presente - fue la respuesta de la madre.

-Sin historia no hay educación y sin educación no hay vida - ripostó Vicentico.

-Ni gobierno - agregó Mireya y a seguidas le añadi - cuentan que cuando Ulises Espaillat llegó al gobierno, el ministro del Ejército le solicitó ingresos para comprar armas. Pero Espaillat le contestó, que gobernaría con la educación y los maestros. El general ripostó expresándole: "No haga eso, Señor Presidente, que esa gente no sabe disparar ni con tirapiedras", y así fue, sólol duró unos meses más y ya nadie se acuerda de él.

- De todas maneras, voy a luchar por el mundo, voy a luchar por la humanidad. Yo nací con el siglo y no voy a defraudar a mi padre; é siempre deseó que así fuese.

-Que Dios te bendiga, hijo mío, y te dé juicio para discenir entre lo ideal y lo posible.

La conversación de Mireya y Vicentico ocurría dos años después de la muerte de Vicente. Era evidente la preocupación de la madre para que su hijo no siguiera la línea soñadora de su padre.

Ya el jovenzuelo tenía 14 años y la vida política del país estaba algo confusa. Muchoas privilegios a la clase gobernante integrada por la oligarquía comercial, en su mayoría formada por hijos de antiguos españoles. El Club Unión era el centro social que los distingía como casta. Los mulatos estaban rezagados, al margen de los constantes cambios políticos de los últimos tiempos. El intercambio comercial empezaba a darse a gran escala y se había creado una clase con incidencia en la vida política, para proteger intereses de "la gente de primera".

La lectura liberal de Vicentico lo llevó a la obsesión. Con algunos amigos que viajaban a Francia obtenía literatura comunista de primera. Aquí en el país hizo contactos con la clase intelectual a través de reuniones en el Ateneo y en sociedades, que fueron utilizadas para la difusión de algunas ideas y como desahogo intelectual.

Allí se formó conjuntamente con muchos amigos de la Universidad de Santo Domingo. En el Club de la Juventuda y en el Teatro Colón completó su formación cultural.

Acababa de cumplir 16 años cuando los Estados Unidos invadieron el país. Las aduanas fueron su premio, la deuda externa acumulada su excusa y la debilidad poítica su aliado.

El kaqui fue el color a odiar entonces. La concurrente marcha de soldados por las calles de Santo Domingo, la monorrítmica pisada de la intervención, los danzones y las marchas en los salones de fiesta era el escenario para el contubernio de la oligarquía y los ocupantes yanquis. En esa manifestaciones cotidianas estaba el sabor de la amargura, y en especial, para un liberal como Vicentico que aún quería luchar por la humanidad.

A sus años, Vicentico jamás había peleado. Sólo un infausto incidente vino a perturbarle su temperamento sosegado. Se produjo frente al nuevo Hotel Fausto, en el lateral izquierdo del Parque Colón, cuando un infortunado le voceó: " pariguayo!". Esa fonética venía del término anglosajón parties-watcher y estaba relacionada con custodia de fiestas yanquis. Esa sí fue una ofensa grande.

"Eso no lo perdono"' se dijo como reacción. El eco del pescozón que le dieron retumbó en los oidos de Vicentico, lo sintió con la misma intensidad que escuchó en la barriga de su madre, hacía ya 17 años, la pertubación sonora del fusil que mató al negro, con lo que su padre sentenció su vida. De ahí no pasó.

Bailes de gala, reinados veladas de poetas y casinos, era el manto perfecto para que la sociedad no luchara por su libertad y aceptara lo que el imperialismo y los comerciantes imponían.

Los políticos eran marionetas; jimenistas y horacistas se disputaban las tribunas. Bolos y coludos, en fin, eran aves los dos.

La revolución de los bolcheviques impresionó a Vicentico, cuyos vuelos liberales, con metas tan ambiciosas como el planeta, no mortificaban a las autoridades de este pequeño país.
La obstinación, la mucha lectura, las ideas soñadoras apresadas en un mundo pequeño al borde de la locura.
Se sucedieron tantos acontecimientos en el mundo y en el país que Vicentico, en su delirio, planificó, participó y programó en sueños sus ideales. Se fueron los yanquis, gobernó Horacio Vázquez, y cuando Vicentico despertó de su dorado mundo, ya el brigadier estaba apoltronado en el palacio de gobierno. Vicente tenía ya 30 años, no se había casado, su madre había muerto y no tenía nada más que su descuidada casa biblioteca y abultada biblioteca, llena de imprsionantes artículos escritos por él. "El liderazgo mundial del liberalismo emergente", "El fascismo: funesto inicio de una tragedia" y "La ambiguedad: regia figura hacia el imperialismo". eran algunos de los títulos de sus ensayos. Sus libros y escritos desaparecieron un dichoso día, con todo y su casa, cuando la fueria de un ciclón que bautizaron con el nombre de San Zenón la desprendió de raía.
"Ese fue tu salvoconducto", le comentó un amigo tres años después, pues la rudeza del régimen estaba escudriñando todo lo uqe no oliera a Trujillo. Y San Zenón había dejado a Vicentico sin pruebas concretas de sus ideas. Aunque las mismas no se referían al tirano, el solo hecho de ser liberales era un problema en una sociedad donde a la intelectualidad que no servía al régimen, sólo le quedaba el dercho a sus familiares de imprimir algún hermoso pensamiento en el frío y pulido mármol de su lápida.
Solo, sin madre, sin padre y sin mujer, se sentó sobre su cama y expresó hacia sus adentros: "Voy a luchar por mi país, ya no pensaré más en el mundo, este brigadier parece que va a dar mucha agua a beber". Parecía que había cobrado el juicio.
Se casó cuando él y el siglo cumplían treintisiete años, luego de luchar en su mente contra la tiranía por la matanza de los haitianos. Como sabía francés, conoció el dolor de estas familias de sus propios labios. Caminó por todo el país sin decir porqué, en la sola compañía de Casilda, la mujer con quien se casó y llegó a procrear tres hijos.
Su afán de lector y la poca literatura que conseguía lo llevó a leer mitología griega. El resultado fue bautizar a sus hijas con los nombres de Minerva y Cibeles y al varón lo llamó Mercurio. Así hizo honor a los dioses del Olimpo. Su mujer, de mentalidad convervadora, adaptada a al época, de escasa cultura y sin rasgos de intelectualidad, no sufrió con las ideas de Vicentico porque no lo entendió nunca.
La aparente cordura le duró poco al hijo de Mireya. Concentró sus ideas glbales sólo a su país, pero afortunadamante hacia sus adentros; de esa manera fue concentrando, en sus sueños, todo su rencor contra el régimen. Cuando dormía, como un anormal, sus días se iban convirtiendo en soñolientas y sonámbulas formas de estar, y su vida se fue complicando.
Ese fue su segundo salvaconducto.
La providencia lo acompañaba, ya que en su inconsciencia no molestaba a nadie, y mucho menos al tirano. Aún cuando no tuvo problemas con el régimen, tal vez la suerte lo acompañó, pues afortunadamente se accidentó antes de llegar a poner en circulación un ensayo que evidenciaría su animadversión contra el rgimen. "De Agamenón a Trujillo", con este título hizo el símil entre un promocionado triunfo militar del tirano y el recuerdo de los eventos cantados por HOmero y Esquilo.
"La triste suerte del vencedor de Troya, su retorno al hogar y la traición de su esposa Clitemnestra, fue urgida por su amante Egisto para vengar el sacrificio de Ifigenia", así rezaba un párrafo, antes de hacer el parangón con Trujillo. Y continuaba "En el banquete de la celebración de la victoria, el Ovante Rey fue asesinado con sus hijos varones aún niños y, en el festín que cubrió de sangre inocente la rocosa mole que se yergue junto a la verde llanura de Nauplion, también perdieron sus vidas la mujer infiel y su cómplice". Y concluía reflexionando "Aquí conocemos donde fue la vicotira. Sólo nos falta conocer quén es el amante de la infiel mujer y dónde se conjurará definitivamente el magnicidio". Si esto hubiese llegado a su lugar de exposición, ni la percibida locura de Vicentico lo hubiese salvado.
La demencia no tardó en volverse crónica; sus fantasís y sueños lo perturbaron. Participó en todas las tramas contra el régimen, se opuso a todo. Cuando la conspiración del 48 amaneció un día encañonando al viento junto un palo de escoba. Caminó toda la casa en procura de algo que nadie jamás logra saber. Justo cuando desapareció Galíndez despertó piloteando un avión que bombardeaba a otro.
La conjura de los sargentos fue comandada desde su habitación. Se enredó en su hombre tres rayas, y no se las quitó hasta que su mujer se las arrancó por la coincidencia del rumor de la conjura.
Su mujer lo abandonó; sus hijas empezaron a prostituirse y su varón murió sin llegar a la adultez. Todo lo había perdido. Su clandestinidad se la impuso él mismo cuando el desembarco de Constanza, Maimón y Estero Hondo, y cuando fue destruido el foco guerrillero, apresados y asesinados todos, se decepcionó tanto al no escuchar su nombre en el listado oficial que se dictó por la radio de los guerrilleros, que durmió como un muerto por seis días, completamente desnudo sobre el carcomido piso de madera de la residencia colonial en que vivía.
Se hizo cristiano cuando la iglesia peleó con el régimen, y no dejó de asistir un solo domingo a misa. Colgó una foto de un desconocido cura que para él, y así lo bautizó, era el padre Panal.
Cuando el atentado a Betancourt amaneció cantando el himno nacional de Venezuela, como el más activo de los bolivarianos. Despertó de su locura un 30 de Mayo, cuando tenía 61 años, aún vivo el tirano. Todo sucedió como si fuera un renacer prelúdico, demostrando una lucidez y una alegría incomprensibles, de las que sólo pudo determinarse la razn cuando horas después decretaron nueve días de duelo por la muerte del tirano.
Dos días antes había amanecido muy esquivo y decapitó de un sólo machetazo un muñeco al que, en su imaginación, llamaba "Norati", en una jerga inversa que sólo él manejaba y que nadie cuestionó nu8nca, en creencia de que era una de las palabras de los idiomas que dominaba.
No pudo luchar por su país, pero otros lo habían hecho. Vicentico mantuvo su lucidez. Su blanco pelo, las cicatrices de su rostro y el cansancio de sus pupilas fue su primera prueba de que no tuvo que ver nada con los resultados del tiranicidio.
"Voy a luchar por mi", se dijo, y tomó una actitud diferente. Se peinó, se afeitó y lavó sus ropas; adelantó sus faenas y quiso emprender nuevos proyectos, pero sólo entonces se dio cuenta que caminaba con un cuerpo cansado.
"Nacer con el siglo era también cansarse con el siglo", pensó.
Ya el hombre hacía aprestos para ir a la luna; había luchado en dos guerras mundiales y había descuebierto la penicilina. El, sin embargo, no había hecho nada por la humanidad.
En su país habían indicios de democracia después de 31 años de dictadura; no había deuda externa, no había que invadirla de nuevo; pero él no había hecho nada por el país. Al cumplir 63 años su cuerpo estaba aún más cansado. Entonces pensó canalizar todas sus energías para hacer algo por él.
Los aprestos de golpes de Estado en el prmer gobierno democrático no le afectaron, ni la inmolación de los héroes del 14 de Junio.
Sólo se impresionó con las luchas fratricidas que se registraron en el país cuando no había cumplido los 65 años. En esta, en una batalla de tres día fue obligado a permanecer en un pequeño zaguán de un colonial edificio de la principal vía comercial de la ciudad, sin poder ingerir agua ni comida.
Ya cansado tomó la decisión de cruzar la calle hacia la supervivencia, donde conseguiría el pan para saciar su hambre. Estaba en la zona de los que luchaban por la vuelta de la Constitución del 63.
No pensó en ellos; aunque estuviera geográficamente de su lado, no le importaban sus ideas. Total, ya había prometido luchar por él. ya se había olvidado del mundo y del país. Tampoco estaba con los otros; no eran sus enemigos, él estaba ajeno a esa lucha, pero ahora tenía que cruzar aquella barrera de fuego en busca de pan y agua para su vida.
El cruzado fuego de artillería de ambos bandos se detuvo un instante a las 12 del día. Vicentico entonces aprovechó para cruzar la calle. Lo hizo en una sola carrera. No terminó de completar la travesía cuando su cuerpo fue atravesado por una bala dirigida por un francotirador emplazado en la cima de los silos de unos molinos de harina, ubicados en la ribera opuesta del río de la ciudad. Sólo le faltaban tres metros para completar la ruta, la que aún con vida trató de continuar. Pero esa lucha le fue imposible por resbalar su impulso con el aceite que había dejado una impactada ambulancia que en la mañana fue destruida en una batalla campal de los bandos opuestos. Su cuerpo se confundió con el aceite y la sangre, hasta que dejó de existir diez minutos después de recibir el mortal impacto. Por eso le dio tiempo para recordar todo lo que había vivido. Fue recogido para ser enterrado en una fosa común, muy cerca de donde estaban los traidores, donde antes de su nacimiento, Lilís mandaba a sus enemigos.
Dos días después fue confiscado el pequeño zaguán donde vivió sus últimos momentos y, aparentemente creyendo que moriría en aquel lugar, encontraron un texto que había escrito en un servilleta, algo que rezaba así: "Quiero que mi lápida diga: Aquí murió un hombre que nació con el siglo, y quiso cambiar primero la humanidad, luego su país, y no pudo cambiar ni su vida".
El soldado recogió la nota, y sin pensarlo, se la llevó al bolsillo. Dos días después, sin proponérselo, cuando el militar llevaba otros muertos encontrados en el camino a la fosa común donde estaba enterrado Vicentico, ahí se le cayó el texto.

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