Médicos
sin fronteras
AMOR
SIN FRONTERAS
Camile había pasado las navidades más felices
de sus 20 años de vida. Nunca había
sentido la intensidad del amor, y por
primera vez su corazón palpitaba a mayor velocidad y su piel se engranujaba cuando
Junior su amado la miraba y trataba de pronunciar su nombre en un idioma que él
no dominaba, que no conocía y que no intentaría aprender.
—Para que quiero aprender francés? le dijo Júnior
un día. Total si te amo y ya se decir Je t'aime con esa gracia de quien cambia de pronunciación
labial a gutaral, y que no puede
fácilmente expresar lo que siente, arrastró la e para decir— Je t'aime Camile.
Junior era
un joven médico de 22 años que realizaba la pasantía, cuyas características le
daban un toque deferente a su rostro: de pelo y ojos muy negros, piel blanca y
cejas copiosas. Sus amigos decían que su
toque era angelical, y aquellos que le envidiaban, decían que tenía un toque
diabólico.
Tenía gracia cuando hablaba, cuando miraba o
gestionaba sus brazos, pero lo que más cautivó a Camile fue la linda forma en
que bailaba.
—Pareces bailarín en vez de médico.
—Lo soy—le contesto Junior con
una mirada pícara, mientras daba vueltas sobre sí mismo en la pista de aquel
club social de la Ciudad de Santo Domingo.
Junior
era de clase social alta igual que camile.
Camile
era una hermosa mulata, poseedora de una piel perfecta, de ojos color café de un
tamaño impresionante. Bailaba con gracia
y hablaba el español con ese acento francés que cautivaba a Junior y todos los
que la escuchaban, vivía en Port -a Prince y se estaba pasando las navidades
con su padre, un empresario riquísimo de Haití y su madrastra, una bella
dominicana apenas 10 años mayor que ella.
Habían
pasado ya 6 días desde que camile había regresado de Haití y Junior no dejaba
de pensar en ella ni un segundo. Tenía
que buscar trabajo, pues ella era la mujer de sus sueños.
Eran las
5 de la tarde del Martes 12 de Enero. Acababa
de salir del hospital donde laboraba, cuando al entrar a una estación de
gasolina y al desmontarse sintió un pequeño mareo. Miró a su alrededor y observó que la
secretaria del edificio de la bomba expresaba muy exaltada:
—Tembló la tierra. Tembló la
tierra.
—Yo lo sentí—dijo un transeúnte.
—Misericordia Señor!—expresó una
anciana que vendía quinielas mientras se arrodillaba.
Junior
solo sintió un mareo, terminó de llenar el tanque de su vehículo y cuando se
puso en marcha una vez más, escuchó en la emisora de radio de más rating una
noticia que conmovió su corazón : acaba de ocurrir un temblor en Port a Prince
de 7.4 en la escala de Richter, tenemos amenaza de Tsunami.
Junior detuvo su carro y tembloroso marco el teléfono
celular de Camile, para escuchar el siguiente mensaje:
"Lo sentimos todos los circuitos están ocupados".
Sin darse cuenta, había pasado más de una hora allí detenido,
tiempo en el cual Junior trataba de comunicarse con todos los teléfonos sin
obtener resultados. Luego de varios
intentos, una amiga de Camile tomó el teléfono por unos segundos, y alcanzó a
decirle que la ciudad estaba destruida, que era un caos total. Y casi de inmediato se cortó la comunicación.
Junior
revisó el asiento trasero de su carro y allí estaba su bata de médico y su estetoscopio.
Dirigió su vehículo hacia el oeste. Como de manera instantánea había cruzado más
de tres ciudades. Mientras, sus pensamientos estaban enfocados en Camile. Eran ya las 10 de la noche, cuando llegó a Jimaní,
la frontera más cerca de Port a Prince.
Las sirenas de las ambulancias se sentían en
todo aquel poblado. Los alcaldes de la ciudad
de Santo Domingo, desde la República Dominicana, habían brindado su ayuda de
manera espontánea y fue el país que tuvo la respuesta más rápida del mundo.
Junior se colocó su bata y sin pensarlo, se
montó en una ambulancia que llegó desde Haití con varios heridos, cruzó la
frontera con el mejor pasaporte: El pasaporte de la solidaridad.
—¿Cómo la encontraré?—Pensó a sus
adentros.
Pero su mente repasó cada conversación de ella.
—Tú también bailas muy bien—le
había contestado.
—He aprendido a bailar merengue
de oídos, aunque mi padre no me deja. Vivo
al lado de la Escuela Nacional de Baile y la pista da a la ventana de mi habitación
y desde allí observo. He aprendido un poco.
Junior después de recordar la conversación, tenía
una pista de cómo llegar a Camile. Tenía
la esperanza de encontrarla viva y sana. Estrecharla en sus brazos y besarla para
demostrar su amor. Un amor que no tenía fronteras.
Eran las 2 de la mañana cuando llegó en una
ambulancia a Port a Prince.
—Esta ambulancia ha estado
transportando heridos, pero sin criterio.
Que bueno que hayan puesto un jefe. Mi nombre es Efraín—dijo el chofer.
—Que bien, ¿usted habla francés?—preguntó
Junior.
—No señor, francés no, pero ese es el idioma de los ricos. Aquí se habla creole. Y de eso yo se mi señor—dijo
Efraín.
—Qué bueno! Pregunte donde queda
el Conservatorio de Música. Y mi nombre es Junior. Que bueno que mi Dios me
puso a trabajar con usted.
—A su orden mi señor.
—Hey, ¿por dónde queda el Conservatorio
de Música?—preguntó en creole Efraín.
—No hay paso. Es bien cerca. Solo
dos cuadras. Pero por ahí no quedo nada todo se derrumbó.
Junior ya estaba lloroso. Y las escenas que dentro de la oscuridad se
podían ver eran dantesca pero el sonido de dolor era más espeluznante.
—Tengo la misión de rescatar personas
de esa área.
—Lo que usted diga señor, pero ya
la ambulancia no llega más para delante.
—Bueno seguiré solo hasta llegar allá
si tiene que regresar hágalo, que yo, si puedo, regreso en otro vehículo.
—No mi señor, yo no lo dejo solo.
Ambulancias hoy sobran. Mañana será un día grande.
Eran casi las 5 de la mañana cuando a pie y
dejando la ambulancia a una cuadra. Junior llego a una montaña de escombros de
lo que fue el Conservatorio de Música.
Al lado había una casa destruida, de lo que entendía
era la casa de Camile.
—Pronto amanecerá. Doctor no sé
en realidad que busca, pero yo lo ayudaré.
—Busco la mujer que amo.
Los rayos del Sol se hicieron sentir casi a las
6 de la mañana. Escenas de sangre, destrucción y dolor en lengua extraña a los oídos
de Junior.
Subiéndose sobre los escombros, Junior gritaba
desesperado: Se subió sobre los escombros
—Camile, Camile. Camile mi amor ¿Yo
estoy aquí donde andas?
El dolor no dejaba escuchar nada. Con sus
propias manos Junior quitaba escombros y a toda voz a todo pulmón gritaba “Camile,
dónde estás?” Efraín también preguntaba
por Camile en creole.
Ya el Sol radiaba a plena capacidad y Junior no
había parado de llamar a Camile sin obtener resultados.
A las
11.30 Se mañana. Se sintió otro fuerte temblor y hubo un momento de silencio,
durante el cual algunos escombros se movieron por si solos y se escuchó una voz
débil que dijo: Junior mi amor, Junior.
Junior lo escuchó.
—Es mi Camile! Está aquí!!
Cuatro horas después a pura mano, y ayudado con
unos troncos que estaban cerca, Junior logró liberar a Camile. Estaba muy débil, pero estaba con un médico
que la amaba. La montaron en la ambulancia y justo a las 5:00 PM, hora
dominicana, cruzaban la frontera, al igual que el día anterior.
—¿Mi amor, cruzaste la frontera
por mi?
—Si mi vida. Para el amor no hay fronteras. Y si existe la
frontera en el idioma, voy a aprender francés. Me quedaré a ayudar en tu país.
Nueve
meses después ya Camile se había recuperado de los golpes que recibió en el
terremoto. Junior consiguió trabajo para una ONG internacional y trabajaba en
un programa de control de malaria en un hospital donado por Cuba, ubicado al Norte
de Haití.
Los padres de Camile habían muerto en el
terremoto.
Un amigo de los felices esposos, Camile y
Junior, se presentó un día en la casa donde ellos compartían sus vidas, y
cuando Camile lo vio en la puerta, presintió que algo malo sucedía. Hacía varios días que no sabía Junior, quien
se encontraba ofreciendo su ayuda en una zona rural, y en esos días el cólera
acababa de anunciarse como epidemia en todo el país.
Camile miró a el médico amigo de Junior cuando
le llegó la noticia.
—Junior llegó muy enfermo al hospital
ayer, estaba en una misión en las montañas, se infectó de cólera y se
descuidó. Llegó muy deshidratado, en estos momentos estamos luchando por su vida.
—¿Dónde está mi Junior? Ahora me toca a mí salvarlo.
Tomaron el vehículo, 40 minutos después Camile
estaba en el hospital. El cuerpo de Junior
ya no tenía vida. Su cuerpo se había transformado y su ojos que aún no habían
sido cerrados. Tenía la mirada perdida.
—No pude llegar a tiempo mi vida.
No pude salvarte como tú a mí—Y cantó como lo hacen sus paisanas antes el dolor:
"El amor no
tiene idiomas
Ni
tampoco fronteras.
Pero
desgraciadamente
Las
enfermedades no tienen fronteras"
Entonces
se quitó la mascarilla sanitaria que tenía en su cara se acercó muy lentamente
después de pedir a su amigo que la dejara un minuto a solas con el cadáver.
Cuando la puerta se cerró empezó a cantar como hacían las personas de su
país ante el dolor, en francés y en español. Después de terminar varias
canciones y llorar copiosamente su dolor, se acercó a su boca de su amado y lo beso. Permaneció con sus labios junto a los de él
por un buen rato. Y luego le susurró en
español una canción, la cual había aprendido y traducido al francés también.
"Espérame
en el cielo corazón”
Espérame en el cielo corazón
si es que te vas primero
Espérame que pronto yo me iré
Allí donde tú estés
Espérame en el cielo corazón
si es que te vas primero
Espérame en el cielo corazón
Para empezar de nuevo
Nuestro amor es tan grande
y tan grande que nunca termina
Attends-moi dans le cœur ciel
si
vous passer en premier
Attendez,
je vais bientôt
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